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Maquiavelo: ¿consultor del poder, consultor de la libertad?

  • Foto del escritor: Diego Córdova
    Diego Córdova
  • 17 may 2018
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 18 may 2018


Nicolás Maquiavelo

Más allá de todos los prejuicios, elucubraciones y malas interpretaciones sobre su obra, Nicolás Maquiavelo (1469-1527) continúa siendo un pensador umbrío, intrincado y complejo. Umbrío, no porque sus pensamientos sean oscuros, guiado por fuerzas malignas, o parte de maquinaciones maquiavélicas (tal como se le ha adjetivado). No. Es umbrío pues es un pensamiento complejo, abierto a las interpretaciones, poco coherente, e inclusive antitético en sus obras, si uno realiza una primera lectura. En este breve artículo intentaremos esclarecer, desde nuestro humilde sitial, al menos alguna de esas complejidades y oscuridades. Nos preguntaremos aquí, si Maquiavelo era acaso un consultor del poder o bien un consultor de la libertad.


Cuando en su célebre El príncipe (1513-1532) nos invitaba a dejar de pensar en principados o repúblicas imaginarias que nunca existieron (tal como lo había venido haciendo la filosofía política hasta ese entonces), sino en prestar atención a la verdad efectiva (veritá effetualle) de las cosas, Maquiavelo no hace más que inaugurar la ciencia política moderna y con ello, por cierto, la consultoría política tal como hoy la conocemos. Efectivamente, su libro más conspicuo pertenece a un género literario tradicional en su época que era la literatura de "Espejos para príncipes". Género que, tal como lo señala su nombre, pretendía entregar recetas arquetípicas respecto de cómo debían ser o debían comportarse los príncipes o gobernantes para ser exitosos. Escrito explícitamente como una petición de trabajo, como asesor o consejero, a su majestad Lorenzo II de Medici, Maquiavelo se distancia radicalmente de los otros exponentes del género, despreciando el carácter normativista de sus predecesores (los que abogaban por educar a los príncipes en la rectitud, la honestidad, la hidalguía y la generosidad). Contrario a todo esto, Maquiavelo propone absolutamente lo opuesto. El fundamento de su vuelco tiene que ver con los hechos, con la historia, con la naturaleza y el carácter que forjó a los líderes exitosos que realmente han existido, y no aquellos príncipes imaginarios que no sólo no han existido, sino que, quienes se les han parecido, han fracasado rotundamente. Esta delicada observación y examen histórico de los líderes más importantes le permitió a Maquiavelo pesquisar un axioma que dirigirá toda su reflexión política: el hombre es malo por naturaleza. O bien, si no es malo, al menos es egoísta y preocupado de sus propios intereses. En este sentido, y tomando en consideración esta premisa, un gobernante no puede sostener su poder en la fidelidad, confianza o beneplácito de sus gobernados.


A partir de estos principios, Maquiavelo lo que hace es autonomizar la política de la moral. Separarla de su carácter normativo. Pensar en el ser y no en el deber ser. Lo que implica, de alguna manera, distanciarla de la categoría del bien, o al menos, del bien moral. Ahora el bien de la política es su bien propio: el bien del poder. El objetivo de todo príncipe –nos dirá Maquiavelo– es obtener el poder, mantenerlo y acrecentarlo. Y para conseguir esto –agrega– el príncipe tiene que aprender a ser "no bueno", siempre y cuando esto vaya en el bien de la comunidad. Como dice su famoso proverbio "si te acusan los hechos, que te excusen los resultados", el cual, hay que precisarlo, fue mencionado en su libro Los discursos, y no en El príncipe.


Este ejercicio subyacente del pensamiento político maquiaveliano es el que ha sido castigado por los puristas, sancionando a El príncipe como obra maligna y desviada. Pero lo que Maquiavelo intenta exponer no es más que la modalidad en la cual el poder gubernamental opera. Y en cómo poder edificar gobiernos estables, duraderos y exitosos tomando en consideración la naturaleza de los actos humanos. Pasando por los más diversos asuntos, Maquiavelo no hace más que establecer un ejercicio de consultor tal como lo conocemos hoy en día. Combinando el conocimiento histórico, filosófico, militar, Maquiavelo entrega recetas de comportamiento y de comunicación política a los gobernantes para poder mantener sus gobiernos seguros, a sus gobernados fieles, y a las amenazas controladas. Se distancia a sí mismo de la figura de los consiglieri (consejeros de príncipes), por considerarlos meros aduladores. Y afirma, tal como se podría afirmar en la consultoría política de nuestros tiempos, que sólo se debe prestar oídos a quienes hablen con razones y con fundamentos, y no a los delfines, hijos políticos, ni camaradas de partido que son incapaces de mirar en el carácter objetivo de una campaña o comunicación de gobierno. En este sentido, Maquiavelo da nacimiento a la figura del consultor del poder, en tanto sólo disponga de información de calidad, y conocimientos teóricos adecuados para poder diseñar estrategias y tácticas, en definitiva, rutas definidas a seguir por los gobernantes "aconsejados".


Hasta aquí, Maquiavelo es un pensador de la consultoría clásica. El príncipe, libro más que reconocido, nos brinda luces de cómo debe actuar un consultor que se centra en la obtención, la mantención y el acrecentamiento del poder. Algunas herramientas han cambiado o se han agregado. La investigación científica, tanto cuantitativa como cualitativa, se han superpuesto a la investigación histórica. La filosofía cada vez es menos considerada, y se le ha insertado la ciencia de la comunicación y las herramientas de la publicidad y la propaganda. La estrategia militar, se reemplazó por la estrategia del marketing. Y no obstante, muchas de las enseñanzas de El príncipe siguen estando muy vigentes. Y sin dudas, el principio sigue siendo el mismo, tanto para el marketing electoral (obtener el poder) como para la comunicación de gobierno (mantenerlo y acrecentarlo).


No obstante, hay un otro Maquiavelo que parece no estar preocupado de los asuntos del poder, o al menos, no con los asuntos de los príncipes.


En su libro Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1517-1531), el pensador florentino parece tomar otro rumbo. Afirmado en las premisas de un pesimismo antropológico, Maquiavelo nos invita a pensar ahora en cuál es la mejor forma de gobierno posible. Nuevamente, fiel a sus exámenes históricos, sobre repúblicas que han existido, y no reflexionando sobre repúblicas ideales, Maquiavelo se interesa por mirar detalladamente cuáles han sido las formas de gobierno más duraderas. Cuáles son las que han resistido de mejor manera a los embates de la fortuna, a la caducidad inexorable de los productos humanos. Inmediatamente despacha a las formas de gobierno puras, tales como la democracia, la aristocracia o la monarquía/principado (sí, los principados). En una clara correspondencia con la anaciclosis de Polibio, Maquiavelo considera defectuosas las formas puras de gobierno pues derivan con mucha facilidad en sus formas desviadas, léase demagogia, oligarquía y tiranía. Todas las formas puras no logran conciliar en su interior los humores sociales, el conflicto de clases, inherente a todas las comunidades humanas. Mientras la democracia se orienta al bien de los muchos, de la plebe, las otras dos formas tienden a privilegiar el poder de los grandi.


Es por ello que Maquiavelo centra su mirada en las repúblicas, que es el nombre dado a las formas mixtas de gobierno. Particularmente, en tres repúblicas icónicas: la de Lacedemonia (Esparta), la de Roma y su contemporánea Venecia. De las tres formas observadas, Maquiavelo reconoce que Roma es la menos duradera, y sin embargo es la que considera superior ¿Cuál es la razón para tomar esta decisión? Maquiavelo es enfático: Roma, a diferencia de Esparta y Venecia que son repúblicas aristocráticas, es una república que hace descansar su libertad en el pueblo. Esto último es de suma importancia para el pensador florentino; en una comunidad en la que siempre estarán presentes los conflictos sociales inherentes a un mundo que se configura de modo desigual, primero cada clase de la sociedad debe estar suficientemente representada en las instituciones de gobierno, pero más importante aún, la libertad del gobierno debe descansar siempre como fundamento último en el segmento popular, y no en las clases superiores. Pues para Maquiavelo, los de arriba se caracterizan por tener inclinaciones y deseos permanentes por dominar; en tanto los de abajo sólo desean no ser dominados. Sólo en esa naturaleza social puede descansar la libertad de una comunidad, pues estando resguardada en el pueblo corre menos riesgo de ser usurpada y volverse tiránica.


Por reflexiones como éstas, el teórico político John P. Mc Cormick denomina a Maquiavelo como un demócrata populista. Más allá de las significaciones que hoy pueda tener el concepto populista, la importancia de esta reflexión maquiaveliana es su distanciamiento de un pensamiento centrado en el poder, para avanzar hacia un pensamiento sobre la libertad popular. Sin cambiar su método histórico, respetuoso de la verdad efectiva, antes que de propuestas normativas, Maquiavelo se centra ahora en las formas de gobierno, y en la reflexión constitucional. Inclusive más, despacha la forma principesca como una forma de gobierno recomendable. Esto quiere decir que, más allá del recetario realista para príncipes, pareciese ser que persiguiendo esa modalidad de gobierno, la estabilidad gubernamental no podría ser duradera. Es por esta razón que nos invita a mirar, de modo científico, en la ingeniería constitucional, en las fórmulas, dispositivos y mecánicas internas de las formas de gobierno. Pero más aún, en comprender que toda política, y toda reflexión y trabajo sobre la política debe siempre tener como telón de fondo el resguardar la libertad popular. Y que hacer esto, no nos hace menos estrategas, ni consultores bonachones, ni mucho menos personalidades débiles, sino que, muy por el contrario, no hacemos más que perseguir, de acuerdo a la propia naturaleza humana y la realidad efectiva de las cosas, las mejores formas de gobierno posibles.


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